La noche
abrazaba el lugar. De día el monasterio parecía un lugar lleno de esperanza y
virtud, pero las sombras nocturnas lo hacían parecer un sitio lúgubre, y el
silencio lo hacía parecer carente de vida. Dentro del monasterio, la luz de
algunas velas mostraban ligeramente la
imagen de Cristo en la cruz y de demás santos.
En
el pasillo que llevaba a la alcoba del abad, había otra pequeña vela que
alcanzaba a darle una buena cantidad de luz a la alcoba del abad, quien
mantenía la puerta de su cuarto entreabierta para recibir suficiente luz. El
abad quien a pesar de tener un aspecto noble y humilde, era alguien cruel y
corrupto el cual robaba dinero de las limosnas, quien pecaba de simonía al
darle buenos puestos a monjes que le daban reliquias y oro a cambio, y quien le
mentía a miles de guerreros para que combatieran contra musulmanes y enemigos
políticos a cambio de indultos por sus pecados.
Aun así, su gran debilidad era la oscuridad, la cual lo hacía sentir
desprotegido y acechado.
De
repente, aquella luz se apagó y el abad despertó de golpe, se levantó de un
salto y corrió al pasillo para ver qué pasaba. Al llegar a la mesa en la que
estaba la vela, vio a un monje tratando de encender la vela. El abad le gritó
culpándolo de haber sido él quien apagó la vela y lo golpeó en la cabeza
mientras él alegaba que la vela se había apagado sola…
Al
día siguiente, todas las personas salieron de sus pequeñas y humildes casas y
se congregaron en el sucio centro del pueblo para observar el juicio de unos
aldeanos. Solamente se escuchaban los lamentos de los juzgados, de sus familias
y la austera voz del abad quien los acusaba de herejes por querer levantar al
pueblo contra la iglesia. El abad dio la orden de encender las hogueras. Los
gritos de los aldeanos ahogaron el día.
Era
de noche otra vez, la oscuridad teñía de negro el monasterio, excepto el altar
y el pasillo que llevaba al cuarto del abad. Éste quien había acabado de contar
sus monedas, empezaba a conciliar el sueño, cuando de repente la luz que
alumbraba su cuarto se apagó otra vez.
Enojado,
el abad se levantó, salió de su cuarto apoyándose en la pared con su mano y con
la otra buscando la mesa. Cuando encontró la mesa, buscó la base de la vela. Cuando la halló la
tomó y la sujetó frente a su rostro, para asegurarse que encendiera bien la
vela. Cuando ésta se prendió, iluminó a una cara frente al abad… Era un rostro horrible,
su piel era de un rojo bastante oscuro como la sangre, sus facciones prominentes,
sus ojos eran de un naranja encendido como el fuego, y su cabeza terminaba en
unos cuernos largos y afilados. El abad intentó gritar pero de su garganta no
salió sonido alguno. La criatura sonrió mostrando unos temibles colmillos,
haciendo que el abad dejara caer la vela…
Kevin Manriquez
Kevin Manriquez
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