viernes, 25 de abril de 2014

La Vela Extinta

La noche abrazaba el lugar. De día el monasterio parecía un lugar lleno de esperanza y virtud, pero las sombras nocturnas lo hacían parecer un sitio lúgubre, y el silencio lo hacía parecer carente de vida. Dentro del monasterio, la luz de algunas velas mostraban ligeramente  la imagen de Cristo en la cruz y de demás santos.
                En el pasillo que llevaba a la alcoba del abad, había otra pequeña vela que alcanzaba a darle una buena cantidad de luz a la alcoba del abad, quien mantenía la puerta de su cuarto entreabierta para recibir suficiente luz. El abad quien a pesar de tener un aspecto noble y humilde, era alguien cruel y corrupto el cual robaba dinero de las limosnas, quien pecaba de simonía al darle buenos puestos a monjes que le daban reliquias y oro a cambio, y quien le mentía a miles de guerreros para que combatieran contra musulmanes y enemigos políticos a cambio de indultos por sus pecados.  Aun así, su gran debilidad era la oscuridad, la cual lo hacía sentir desprotegido y acechado.
                De repente, aquella luz se apagó y el abad despertó de golpe, se levantó de un salto y corrió al pasillo para ver qué pasaba. Al llegar a la mesa en la que estaba la vela, vio a un monje tratando de encender la vela. El abad le gritó culpándolo de haber sido él quien apagó la vela y lo golpeó en la cabeza mientras él alegaba que la vela se había apagado sola…
                Al día siguiente, todas las personas salieron de sus pequeñas y humildes casas y se congregaron en el sucio centro del pueblo para observar el juicio de unos aldeanos. Solamente se escuchaban los lamentos de los juzgados, de sus familias y la austera voz del abad quien los acusaba de herejes por querer levantar al pueblo contra la iglesia. El abad dio la orden de encender las hogueras. Los gritos de los aldeanos ahogaron el día.
                Era de noche otra vez, la oscuridad teñía de negro el monasterio, excepto el altar y el pasillo que llevaba al cuarto del abad. Éste quien había acabado de contar sus monedas, empezaba a conciliar el sueño, cuando de repente la luz que alumbraba su cuarto se apagó otra vez.

                Enojado, el abad se levantó, salió de su cuarto apoyándose en la pared con su mano y con la otra buscando la mesa. Cuando encontró la mesa, buscó la base de la vela. Cuando la halló la tomó y la sujetó frente a su rostro, para asegurarse que encendiera bien la vela. Cuando ésta se prendió, iluminó a una  cara frente al abad… Era un rostro horrible, su piel era de un rojo bastante oscuro como la sangre, sus facciones prominentes, sus ojos eran de un naranja encendido como el fuego, y su cabeza terminaba en unos cuernos largos y afilados. El abad intentó gritar pero de su garganta no salió sonido alguno. La criatura sonrió mostrando unos temibles colmillos, haciendo que el abad dejara caer la vela…

Kevin Manriquez

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